DISCLAIMER:
This blog post is about problems ingrained in the Spanish language. However, given that my website is mostly in English, and that I would love for English speakers to know about this issue, I’ve translated my own blog into English and provided a handy little button to switch between the two languages.
Español
English
¡Qué complicado que es ser queer en español!
La comunidad LGBT (y el progresismo en sí) le da mucha importancia al lenguaje, las palabras que usamos para describirnos, para hablar de nuestras experiencias, y para hablar en general. Solemos ser muy conscientes del efecto que tiene la palabra en la cultura. De ahí provienen ideas muy buenas como hablar de “parejas” en vez de “novios” o “novias” para no asumir la heterosexualidad como predeterminado o hablar de “todes” en grupos mixtos o genéricos para quitarle la predominancia al masculino; surgen cada vez más nuevas maneras de hablar de nuestras vidas y experiencias, y nuestra terminología evoluciona constantemente a medida que esta se dialoga y debate.
Tener esta terminología a mano es muy importante: nos da palabras a las cuales podemos asignar experiencias o comportamientos nunca antes categorizados o tomados en serio y nos permite, una vez que los términos adquieren cierto reconocimiento general, comunicarnos de manera muy eficiente con gente que no conoce nuestras vivencias, nuestros problemas, etc.
¿Cuál es el problema?
La gran mayoría de nuestra terminología es muy reciente, y el debate del que origina se da principalmente en círculos angloparlantes (y, por lo tanto, muy estadounidenses) de internet. Esto genera muchísimas palabras, conceptos y discusiones que pasan antes que nada en inglés y luego se trasladan al español (sé que hay idiomas con más términos propios, y que también tienen este problema, pero estoy escribiendo principalmente sobre mi lengua natal).
Así terminamos con términos visible y auditivamente distintos a nuestra lengua. En inglés, el término que se usa para el nombre de nacimiento de una persona trans que ahora se llama distinto es deadname (dead por “muerto” y name por “nombre”), término que no sólo es consistente con otras palabras que terminan en -name (surname, nickname) sino que instantáneamente se entiende qué es: un nombre ya muerto, un nombre que no es. En español, el término que usamos para deadname es… deadname… se escribe y se pronuncia igual. Lo mismo ocurre con misgender (que se refiere a la acción de referirse a una persona por el género incorrecto), sólo que que este sufre aún más por ser un verbo: le decimos “hacer misgender”. Luego hay calcos como non binary a “no binario” que llegan al español con una formalidad más elevada que en el idioma original; siglas sin traducir, como MLM (por Men Loving Men) para el amor entre hombres; o términos que a pesar de tener análogos en español, se usan comunmente en inglés (en círculos trans hispanohablantes, a menudo se refiere a la feminización/masculinización de la voz como voice training).
No hace falta pensar demasiado para notar un problema muy grande: este tipo de préstamos y calcos léxicos tiene un efecto limitador en quiénes pueden participar en charlas LGBT. Se forma a través de cada extranjerismo y palabra incómoda una barrera que excluye o ahuyenta a aquellas personas que no sean bilingües y/o ya conscientes de los diálogos que se dan en círculos LGBT contemporáneos (los cuales están mayormente en redes sociales). De esta manera, el conocimiento y la educación LGBT resulta más inaccesible por el simple hecho de ser y a la vez no ser en español.
Pero eso no es todo:
Esa es la problemática más clara y obvia, pero una consecuencia menos visible de esta particularidad terminológica es el efecto que tiene en la percepción general de la comunidad y los temas LGBT.
Al estar repleto de extranjerismos, calcos, y términos que por accidente resultan más formales que su versión en inglés, el diccionario LGBT nos dota de un aire pomposo, académico, de algo cheto, pijo, fresa, esnob, mamón, zorrón, etc. el cual nos resta importancia y sesga a la gente en nuestra contra. Hay términos más naturalizados como “gay”, pero estos tampoco se salvan de ese registro elevado del que carecen en inglés.
Por experiencia personal, puedo hablar de más de una ocasión en la que hablar de pronombres (otro préstamo horrible del inglés, ya que el género gramatical en español va mucho más allá de los pronombres, pero se usa ese término igual) o de especificidades como lo que es genderqueer y la diferencia entre poliamor y no-monogamia resultó en que dijeran, en más o menos palabras: “¿Y qué le importaría esto a un pibe de la villa?”.
La idea que se expresa es que el aspecto local, de la periferia, y de las clases más bajas o trabajadoras es algo que impide que el pueblo tenga el privilegio de ser LGBT. Como si antes de ser un género o una sexualidad que nos separe de la cisheteronorma monógama tuviésemos que alcanzar cierto nivel de tranquilidad económica y educación. Como si lo nuestro fuese un pasatiempo o capricho y no nuestra vida e identidad.
Tampoco considero casualidad que en muchos países donde no se habla inglés (sobre todo aquellos en el supuesto “tercer mundo” y “oriente”) la narrativa conservadora anti-LGBT consista en denominarnos una invasión cultural estadounidense o una frivolidad política que distrae de los problemas económicos del país.
Puedo citar la manera en la que Rusia justifica la creciente opresión al colectivo LGBT, o Uganda criminaliza la homosexualidad con cadena perpetua, pero mi ejemplo favorito es un poco más inocuo y a la vez indicativo de cómo esto está presente más allá de en los gobiernos más extremistas:
En mi trabajo anterior de intérprete, tuve la oportunidad de interpretar una conversación (para preservar la confidencialidad, no voy a revelar el contexto) en la que tuve que comunicar en español la pregunta “¿Se identifica usted como lesbiana, gay, bisexual, transgénero, o no-conforme al género?” la respuesta que recibí fue “Yo soy macho, mexicano, no me ando con esas joterías”.
Lo que ocurrió en ese diálogo en el que tuve el placer de traducir “joterías” al inglés fue que el señor instintivamente trazó una división entre su identidad nacional mexicana y el colectivo LGBT, que le parecía algo estadounidense.
Una versión más local de este fenómeno existe en el interior de Argentina. El estereotipo de una persona de Buenos Aires para el interior es que somos ricos y esnobs, que usamos palabras en inglés cada dos por tres, y que lo hacemos para presumir nuestra superioridad de gran ciudad. De esta manera, en las provincias más conservadoras del país, a todo lo LGBT se lo asocia con Buenos Aires, con nuestras empanadas de bacon y cheddar y con nuestros turistas que encarecen absolutamente todo.
Políticamente, también se genera una supuesta brecha entre el progresismo social y el progresismo económico que no existe (o bueno, sí existe pero para nada al mismo nivel) en países como Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, etc. donde ambas militancias van de la mano (con buen motivo, en mi opinión). En Argentina es más común pensar en una izquierda preocupada por los derechos LGBT, el feminismo y mitigar el cambio climático como algo separado a una corriente más enfocada en fomentar el consumo interno, aumentar sueldos y controlar la inflación.
¿Y entonces qué?
Obviamente no estoy proponiendo que todo esto sea causa directa de que tengamos palabras raras, pero sí quisiera hacer hincapié en la importancia que tienen estos términos al darle forma a la discusión política de la que dependen nuestros derechos humanos.
¿Qué quisiera yo? Alguna manera de conseguir términos simples, que suenen como palabras en español o, si no, locales (a lo cual nos acercamos al reapropiarnos de términos históricamente despectivos), que faciliten la explicación y no parezcan terminología académica.
¿Se puede? No sé. Quizás deseo lo imposible, quizás es más simple de lo que parece, pero vale la pena quitarle estos límites a nuestra expresión y en el proceso abrir puertas.
Literalmente esto quiero
Being bilingually queer (sucks!)
The LGBT community (as well as wider progressive communities) greatly values the language and words we use to describe ourselves, our experiences, and the world in general. We are, usually, very conscious of the effects language has on culture. This is the mindset where great practices such as saying “partner” instead of “boyfriend” or “girlfriend” to avoid assuming someone’s heterosexuality or saying “humankind” instead of “mankind” to remove the masculine as default come from. More and more ways of speaking about our experiences and lives are coming out every day, and our shared terminology is in a state of constant evolution, debate, and discussion.
And having this terminology is very important: it gives words to experiences or behaviours that were not categorised or even taken seriously before and, once certain terms become ubiquitous enough, it allows us to very efficiently communicate our experiences, our problems, and more to people who have never heard of them, or don’t know any queer person whatsoever.
Where is the problem?
Most, but not all of this terminology is very recent in nature, which is due to the fact that most queer discussions take place online, specifically in online English-speaking circles (which are mostly tinted red, white and blue). While this is great for getting new terminology in English and advancing discussions much faster than ever, other languages tend to receive most of their queer terminology directly from it (this is not the case for some languages that do have more home-grown terms, but I’m writing mainly about Spanish, as that is my mother tongue).
Thus, we end up with very good English terms that do not translate well into Spanish; they end up looking and sounding very distinctly non-Spanish. For example, there’s a great English word called “deadname”, which refers to the birthname of a trans person who has changed their name. Its meaning is very clear: a name that is dead, that no longer is; and it also fits right in with other -name words, such as “surname” or “nickname”. This is great for the English language, as it gives us a simple and understandable way to communicate this concept.
However, in Spanish, the term we use for “deadname” is… “deadname”... there are no changes at all in writing or pronunciation, so the simplicity and ease of use is completely lost.
There are also terms that, while not kept untranslated, are translated very literally. The term “non binary” sounds less formal and clinical in English than the Spanish no binario.
Additionally, queer circles tend to develop a habit of using English terminology, even when perfectly good Spanish terms exist. One such example is “voice training”: we have “feminización/masculinización de la voz” but most people still say “voice training” casually.
A very big problem this kind of terminology has, beyond not sounding very good, is that they limit who can learn from and participate in queer discussions. Every loan word and awkward translation erects a barrier that keeps away those who are not bilingual and/or already aware of the kinds of discourse we have in current queer circles (which are mainly on social media). This way, knowledge of and education on queer issues becomes less accessible when interacted with in Spanish.
But it does not stop there:
Although the inaccessibility of our discussions and knowledge is one the most glaring problems with Spanish queer terminology, there is a less obvious effect that this ends up having in how our communities and issues are perceived by the general public.
All of the loan words, calques, and terms that end up sounding a lot more formal in Spanish than they do in English give the queer dictionary a distinctly pompous, academic and snobbish vibe; which, in turn, biases the general public against us and make us and our issues sound less important. Some terms, like “gay” (which in Spanish is also “gay”), have been naturalised by virtue of being older, but even they are not saved from this newly acquired academic tone.
Imagine if almost every queer term in English came from French, and you had to explain to someone that “doing a mégenrer” is calling a trans man “she”, and that you shouldn’t call him by his morinom. Sure, it wouldn’t invalidate the concepts’ importance or change what they mean, but they’re now in the same category of word as mise en scène and je ne sais quoi, they’re fancy terms that only very educated and/or pretentious people use.
I recall more than one moment in my life where I was trying to explain pronouns (which is its own can of worms, since we still say “pronombres” even though Spanish grammatical gender does not stop at pronouns) or specificities such as what “genderqueer” is, or the difference between polyamoury and non-monogamy and I was told, more or less in Spanish: “What does this matter to poor kids living in slums?”.
There was this idea that being in the periphery, having a local identity, or belonging to a lower or working class is a factor that does not allow for the privilege of being queer. As if the prerequisite to being a gender or sexuality that separates us from monogamous cis heteronormativity is achieving a certain level of economic comfort and education. As if our thing were a hobby or a luxury and not our very lives and identities.
I also do not believe it is a coincidence that, in many non-english speaking countries (especially those in the so called “third world” and “the east”), the conservative queerphobic narrative deems us to be an American cultural invasion, or a political frivolousness that distracts us from our country’s economic problems.
I could talk about the excuses and justifications used for Russia’s ever-growing suppression of queer rights, or Uganda’s criminalization of homosexuality, but my favorite example is a little more innocuous, and it perfectly showcases how this kind of thinking is not just a thing in extremist governments.
In my previous job as an interpreter, I had the opportunity to interpret a conversation (the context of which I will not reveal in order to preserve confidentiality) where I had to communicate the question “Do you wish to identify yourself as lesbian, gay, bisexual, transgender, or gender non-conforming?” to which the Spanish speaker answered with “I’m a Mexican, I’m a macho man, I don’t go for that faggy shit”.
What happened in that dialogue where I had the distinct pleasure of saying “faggot” at the workplace, was that this man instinctively drew a line between his national Mexican identity and being queer, which he saw as an American thing.
A more local version of this phenomenon (local to myself, at least) is in the interior provinces of Argentina. Their stereotype of someone from the capital city of Buenos Aires is that of a rich snob that uses English terms all the time to shove their big city superiority all over everyone’s face. This way, the more conservative provinces get to associate anything and everything queer with Buenos Aires, with our fad of bacon and cheddar empanadas, the tourists that gentrify everything.
We also have a supposed gap in our politics, a division between social progressivism and economic progressivism. This is a gap that is not as present in countries such as the United States, United Kingdom, Canada, etc, where economic and social causes tend to go hand-in-hand (with good reason, I believe). In Argentina, there’s a much more pervasive concept of a left wing concerned with queer rights, feminism and climate action framed as separate from a political body concerned with improving domestic trade, increasing wages, and controlling inflation.
So, what then?
I am obviously not suggesting that this is all a direct cause of strange wording, but I do want to highlight how important these terms are in shaping the political discourse our human rights hinge on.
What do I want? I just wish for a way to arrive at simple terms, that sound like Spanish or, at the very least, like a regionalism (the closest we have come to that has been in reappropriating slurs and other previously pejorative terms) which make explaining ourselves easier and don’t seem like academic terminology.
Can it be done? I’m not sure. I might be asking for the impossible, or maybe what I want is easier to achieve than it seems, but these limitations we have are worth getting rid of, especially if we get to open doors and tear down walls in the process.